Las edades recomendadas de los libros y cuentos

Las edades recomendadas de los libros y cuentos

Históricamente, el ser humano ha tenido necesidad, y casi obsesión, por catalogar todo lo que produce y todo lo que le rodea. El fallecido Umberto Eco ya reflexionó largo y tendido sobre esta cuestión en El vértigo de las listas (Lumen, 2009) Esta manera de compartimentar, listar y ordenar es el principio en el que se fundamentan muchas disciplinas científicas y humanísticas prácticamente desde sus orígenes. No nos equivoquemos. Catalogar u ordenar las cosas no es malo. No será esta una entrada dedicada a fomentar la anarquía. Al fin y al cabo, con cierto orden se facilita la forma de acceder al conocimiento acumulado, de localizarlo cuando lo necesitamos. Sin embargo, existe un problema: que convirtamos las catalogaciones establecidas en dogmas de fe, en leyes inquebrantables que no debemos ni podemos contrariar.

¿A qué viene toda esta disertación? Viene a ser básicamente la introducción a un tema que nos llama poderosamente la atención: el criterio de las edades recomendadas en los libros y cuentos y la forma en que marca las decisiones de compra por parte de los padres/madres/tutores. Partimos de una base que no todo el mundo tiene en cuenta: no todos los niños o niñas son iguales, por mucho que puedan tener la misma edad. De hecho, no hay dos niños iguales, aunque pertenezcan a la misma familia y se hayan criado en el mismo entorno. En la singularidad de cada individuo está el primer factor que nos debe hacer relativizar el criterio de la edad recomendada. El grado de desarrollo intelectual, emocional y cognitivo puede hacer, por ejemplo, que una niña de tres años esté perfectamente preparada para que lean un cuento recomendado a partir de los cuatro. Y viceversa.

Los hábitos lectores son otro de los factores que hay que tener en cuenta a la hora de relativizar o flexibilizar las edades recomendadas de los libros y cuentos. Un niño o niña acostumbrado a leer -o a que le lean- tendrá una capacidad diferente para enfrentarse al libro o cuento, para profundizar en su historia y extraer de ella otros elementos más allá de la mera lectura y comprensión del texto.

Por otra parte, ser demasiado estrictos con el rango de edad fijado por un libro o cuento nos puede inducir a acomodarnos. Me explico. En casa tenemos libros y cuentos con edades recomendadas bastante por encima de los casi tres años que tiene nuestra hija. Pero eso no significa que no se los contemos o que no los veamos con ella. Simplemente significa que adoptamos una postura más activa a la hora de contárselos: simplificamos las historias, nos centramos en los detalles que mejor puede asimilar, utilizamos las palabras que conoce y emplea habitualmente para explicarle las historias o su significado. No quiere decir con ello que nos sentemos a leer Así habló Zaratustra, ni mucho menos. Únicamente somos conscientes de lo que le gusta a nuestra hija, de lo que es capaz de comprender y de lo que no, y a partir de ello trabajamos con los libros y cuentos como materiales flexibles.

Es fundamental comprender que un libro o cuento no se limita a las palabras y/o ilustraciones que contiene, y que por eso el papel de quien lo lee es tan importante. Es una herramienta que, bien aprovechada, nos ofrece infinitas posibilidades. Ahí es donde se produce el acomodamiento de muchos padres o tutores. No hay peor manera de contarle un libro o un cuento a un niño que sentarse junto a él y leérselo de arriba a abajo, sin detenerse a reflexionar sobre él, sin interpretarlo, sin vivirlo, sin hacer cómplice la historia a quien la escucha. Esa intimidad que se genera entre quien lo lee y quien lo escucha, esa forma activa de participar en la historia narrada, es lo que marca la diferencia, lo que genera lectores avezados que pueden enfrentarse con lecturas para edades recomendadas superiores a la suya. Es el elemento definitivo para relativizar la edad recomendada y para deshacernos de un corsé, que bien utilizado estiliza la figura, pero que mal empleado nos ahoga.

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