Educar en el asombro

Educar en el asombro

A día de hoy creo que todos sabemos quien es Catherine L’Ecuyer, esta canadiense afincada en Barcelona es autora del Bestseller Educar en el asombro, así como de Educar en la realidad (libro que reseñaremos más adelante).
Catherine es una investigadora que ha trabajado para empresas como Abertine y Pepsi, pero también madre de cuatro hijos, ahora mismo, colabora con un grupo de investigación Mente-Cerebro, de la Universidad de Navarra y RNE. Si queréis seguirla más de cerca lo podéis hacer en su blog: http://apegoasombro.blogspot.com.es/, yo lo hago y me parece muy interesante.
A mi personalmente me gusta mucho el estilo del libro que se divide en dos partes: ¿qué es el asombro? y ¿cómo educar en el asombro?.
“Los niños no son el futuro porque serán los adultos más adelante sino porque se trata de que la infancia debe ser la imagen del futuro, la humanidad ha de ir acercándose a la forma de ser de un niño”, esta es la frase que inicia el prólogo, cita de Milan Kundera sobre la infancia. La humanidad debería tender a ser más como un niño, no perder esa esencia con la que nacemos, parte de esa inocencia y bondad, parte de esa empatía, ese asombro, esa cantidad de virtudes que conforme nos vamos haciendo adultos y entramos en la rueda frenética de la vida vamos perdiendo de manera precipitada.
Los niños son muy importantes para la sociedad, los niños tienen esa capacidad de asombro innata que los adultos hemos obviado en el frenesí de nuestras vidas, los niños son capaces de investigar y descubrir lo que hay a su alrededor mediante su curiosidad innata, a su ritmo y con “dedicación exclusiva”. Un niño tiene un gran interés por conocer lo que le rodea, por aprender todo pero a su ritmo, se toman su tiempo, se relajan y disfrutan; los adultos, en lugar de respetar estos ritmos estamos abocando a los niños a nuestro ritmo desenfrenado mediante estimulos innecesarios y excesivos.
Según la autora, los niños no necesitan estos estímulos a los que acabamos de hacer referencia, no paramos de darles tecnología, de facilitarles las cosas, de acelerarlos, de “ayudarlos” para que hagan algo más rápido, pero la cuestión es: ¿realmente son necesarios estos estímulos externos?, ¿estamos haciendo lo correcto?. En la opinión de Catherine, y en la mía también, estamos obrando mal, estamos intentando que nuestros hijos aprendan más rápido, hagan las cosas de forma autómata, cuando lo importante no es esto, sino disfrutar del proceso de aprendizaje, cosa que ellos hacen de manera natural. Los niños no necesitan estar todo el día frente a una tablet o móvil, no necesitan estar sobreestimulados, sino que lo mejor que los padres les podemos regalar, sin lugar a dudas es “tiempo al aire libre”, tiempo para disfrutar de la naturaleza, investigarla, correr, saltar, ver sus limites, probarse, ir al parque por ejemplo, y no lanzarles una cantidad exagerada de estimulos que no pueden asimilar, o mejor dicho, no deben asimilar, puesto que a más estimulo, más estrés, y más necesidad de estimulo externo, lo cual es antinatural.
Como dice la autora, un niño sobre estimulado, llegará un punto en que no podrá más que entretenerse con emociones más fuertes, más estímulos.
Por ejemplo, ahora hay muchísimos juguetes que hacen mil millones de ruiditos, lucecitas, etc, creemos que por comprar estos juguetes los niños aprenden más, son más listos, o se lo pasan mejor, pero nuestros pequeños pueden llegar a sorprendernos mucho con su imaginación y creatividad simplemente mediante el uso de un embudo, un rollo de papel higiénico, o un juguete simple de madera sin más pretensión ni más cosa que el juguete en sí. Con todo esto ellos desarrollan su imaginación, crean, juegan y disfrutan, y sobre todo, mantienen su capacidad de asombro y la usan para evolucionar a su ritmo.
Los niños no requieren más que amor, respeto y tiempo, y por supuesto unos límites y pautas educacionales que tenemos que hacerles respetar, pero siempre deberíamos respetar su capacidad de asombrarse. Y algo muy importante y que me gustó mucho como está explicado, para los pequeños somos sus guías, somos los ojos a través de los que miran el mundo, experimentan en base a nosotros, así que deberemos seguir las normas que queremos que sigan ellos para así conseguir que las respeten.
Los niños son esponjas que absorben la información de un modo muy rápido, pero parece que los padres jamás tenemos bastante. Nos hemos convertido en una sociedad que se dedica a alardear de sus hijos delante de los otros padres, como si compitiéramos por ver quien tiene el niño más listo, y esto no es así, lo que deberíamos hacer es competir por ver quien tiene el niño más feliz.
Es un libro, cuanto menos, interesante, que plasma ideas que todos sabemos y conocemos, pero que muchas veces obviamos por eso de que vamos acelerados, “¿cuál es el problema? pensarán muchos de los que me están leyendo”, pues el problema para mi es claro y no es ni más ni menos que estamos acelerando a los niños hacia un mundo adulto, hacia una vorágine de estrés y de actividad innecesaria, una realidad que les creamos a través de una sobre estimulación que no les hace falta alguna.
Sin duda recomiendo esta obra para reflexionar y pensar si realmente queremos seguir como hasta ahora o modificar nuestra forma de educar, y porque no, relajarnos y disfrutar con ellos a su ritmo, asombrarnos con los pájaros que pasan por el cielo, la luna que acaba de salir, como las hormigas van a su casita, buscando ramitas, jugando con piedras o mil historias más que podremos disfrutar sólo ahora, y que, sinceramente, creo que si no lo hacemos, nos arrepentiremos cuando haya pasado ya este tiempo de disfrute con ellos.
Nuestra edición es de tapa blanda de la editorial Plataforma editorial, al tratarse de un libro para adultos la calidad es suficiente.
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